Estos borricos durante
años han estado moviendo la rueda del molino, moliendo el trigo para
alimentar a infames castas, esos borricos quieren repartirse las
fanegas y seguir desgranando el cereal mientras rebuznan con tonos
diferentes una melodía engañosa. Los demás borricos no cocean, con
sus orejas ramplonas espantan las moscas en años bisiestos para
despejar el camino hasta el molino a yuntas de la misma camada. A
los borricos con pedigrí no les falta agua ni alfalfa, no duermen al
raso de la noche, si enferman se les sana, si están quejumbrosos se
les hace arrumacos, los borricos con dinastía relamen obedientes las
manos de sus amos. Ninguno de los borricos brinca, son mansos, están
bien amaestrados. Sobre los lomos tintinean las abultadas alforjas al
socaire de las sendas pedregosas. Los nuevos borriquillos muestran
los impulsos de la raza, tienden a adentrarse y corretear por las
trochas de sus antecesores.
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